Mi
amigo Roque Cordero
(1917
-2008)
Hace un par de días supe que
desde ese amanecer no nos acompañaba en este mundo Roque Cordero, mi
colega-compositor con quien nos unía una sólida amistad que superaba el medio
siglo por más de una década, desde que nos encontramos en Tanglewood, él como
alumno de dirección orquestal de Stanley Chapple y yo de composición de Aaron
Copland. Murió en Dayton, Ohio, rodeado de todos los suyos, incluyendo una
bisnieta “preciosa”, como me la describió Betty, su mujer.
Roque era un ser privado, se sentía
entero en su vasta familia y con sus amigos, con el recuerdo de sus maestros,
como Dimitri Mitropoulos, quien lo inició y condujo tanto en la dirección
orquestal como en composición, la que estudió más concentradamente con Ernst
Krenek.
En este espacio afectivo
estableció su existencia y a éste obedeció como músico; para “expresar mis
ideas en sonido”, como se lo confesó a un entrevistador. Estas abarcaban una
infinidad de motivaciones; el haber nacido en Panamá, su procedencia Guajira,
su interés por el folclore de los Cuna, sus conocimientos de las tradiciones
musicales de Europa, obtenidos en sus frecuentes viajes a los Estados Unidos y
su asimilación de las técnicas de avanzada que conoció en sus estudios en este
país, en sus relaciones con muchos compositores latinoamericanos y en su
experiencia como director de la Orquesta Sinfónica de su país natal.
De la totalidad de esto floreció
la obra de quien en sus primeras creaciones reflejó con finura el impacto del
folclore panameño, como en su Sonatina rítmica o sus Ocho miniaturas y luego
amplió su espacio al que distingue la singularidad y solidez estilística de su
Segunda Sinfonía, la soltura expresiva de su hermoso Tercer Cuarteto de cuerda,
la emotividad y trasparencia de su Concierto para violín y orquesta y la
grandeza que se nos espera apreciar en su Cantata a la paz; pues después de
treinta años de haberla terminado, aún no se estrena.
La obra de Roque Cordero lo
expresa todo; habla sin proponérselo de las tradiciones que llevaba en la
sangre, de las que descubrió más allá de éstas en sus estudios con Mitropoulos
y Krenek, de las que le salieron inesperadamente al paso en el camino de una
vida deseosa de conocer. En suscomienzos la “mejorana” y el “tamborito”
aparecieron desnudos. Luego se vistieron de lo que él había adquirido del siglo
XX en que vivía y más allá fue Cordero solo el que habló. Allí fue donde nos
encontramos en el espacio de la música de nuestros días.
Dentro de la gran extensión de
una brillante carrera en la música, de su reconocimiento como compositor, del
ejercicio de una docencia, de una labor administrativa y de director orquestal,
surge este ser privado que escribe para expresarse a sí mismo, desprendido de
cuanto su obra pueda representar en el espacio de los nacionalismos tan
buscados por los compositores de su generación, de las técnicas y estéticas que
aprendió en las aulas, de las preferencias del público a quien se dirigía o de
las solicitudes de la política del momento.
Como él lo expresó, el que haya
tenido presente a Mitropoulos cuando escribió el Mensaje fúnebre o a Martin
Luther King cuando compuso Cantata a la paz, no era con el propósito de “asociar
mi nombre al de ellos, para ser reconocido por su relación conmigo o promotor
de sus ideas”. Por el contrario, Roque hablaba por sí mismo a través de ellos.
Ambas obras fueron compuestas mucho después de la muerte de quienes las
motivaron.
La primera expresaba su
reconocimiento a cuanto el maestro había contribuido a su formación musical y,
la otra, su admiración por el valiente soñador de que los derechos le fuesen
reconocidos a todos los seres humanos, sin reparar en el color de su piel o su
ancestro. En este rincón de su vida, Roque se encontró consigo mismo. Con su
propio color y su procedencia aborigen. Esto me lo mencionó en una conversación
con el calor y la sonrisa con que se refería a este tema y expresaba su
amistad.
Me dolió perderlo después de tres
años (1966-1969) como Director Asistente del Latin American Music Center y como
profesor de composición en la Escuela de Música de la Universidad de Indiana.
Luego fue nombrado en la Universidad del Estado de Illinois, en Normal, y allí
se le otorgó el título de Distinguished Professor, reconocido después de su
retiro de la docencia como Profesor Emérito.
Juan Orrego-Salas
Universidad de Indiana,
Bloomington, Estados Unidos
In Memoriam / Revista Musical Chilena
Revista Musical Chilena, Año LXIII, Enero-Junio,
2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario